En los resorts hawaianos, los carritos de golf son un medio de transporte para que los turistas exploren formaciones volcánicas; en las bodegas de California, los carritos de golf modificados llevan a los catadores de vino a través de las vides; incluso en algunos espacios al aire libre de festivales de cine, los carritos de golf se han convertido en pasajes secretos para que las estrellas eviten las multitudes.

Su forma está constantemente rompiendo la imaginación: algunos se transforman en mini bares, con champán enfriado en el refrigerador del carrito; algunos están equipados con paneles solares para practicar conceptos sostenibles en campos de golf ecológicos; y algunos están grafiteados por artistas para convertirse en arte de instalación móvil. Estos carritos de golf mutados hace tiempo que se separaron del contexto del golf y se han convertido en una expresión concreta del deseo primitivo de las personas por la "movilidad libre".

Cuando el atardecer doraba el campo de golf, el último carrito de golf regresó al garaje. Las ruedas dejaron huellas en el césped que desaparecieron lentamente, pero las conversaciones que tuvieron lugar en el carrito, el paisaje que pasó por la ventana del coche y la calidez de las palmas que sostenían el volante cayeron en la memoria como semillas de hierba. Quizás algún día, cuando volvamos a estar en el tee y veamos el carrito de golf acercándose lentamente a lo lejos, entenderemos de repente: lo que lleva nunca es un simple desplazamiento, sino el tiempo que las personas pasan entre la naturaleza y las reglas, que es a la vez tranquilo y concentrado.